22.9.09

Locutorio

(Día 256)
La Paz.- Tras huir de la oficina, y el verbo no es aleatorio, ando medio perdido por la ciudad como solía hacer por Barcelona. Mientras pasa el tiempo, cada vez siento que no puedo hacer lo mismo que hacía allí, ya que tengo que ir con cuidado de tener siempre un punto de referencia para no perderme y tener que pasar la vergüenza de preguntar a alguien dónde me encuentro. Así que recorro calles conocidas, miro escaparates repetitivos, saludo a gente que era obvio que me iba a encontrar.
Pero la peor sensación es cuando entro en el locutorio, abro la puerta de una cabina con un teléfono demasiado antiguo y garabateado por bolígrafos que, seguro, dejaron de funcionar hace tiempo, y marco un número que tengo apuntado en mi libreta. Me siento como un inmigrante que espera la hora adecuada para poder llamar a su tierra natal, para ver como está la esposa que dejó en su país para tratar de conseguir un buen trabajo, aprovechar las oportunidades que le brinda su nuevo sitio, para después construir un futuro mucho mejor, una vez se pueda reunir de nuevo con el ser querido.
Sí, claro, es diferente; pero la idea de base es la misma.

Otra llamada - Manos de topo

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