7.9.09

Hora

(Día 244)
La Paz.- Llego sin prisa, saliendo tarde de casa a sabiendas de que, en Bolivia, nadie hace caso del reloj. Muchos se quejan de la impuntualidad de los bolivianos, que acuerdan una hora para aparecer, como muy pronto, tras treinta minutos de espera. Y, si en un ataque de desesperación al acabarse la paciencia, pruebas de llamar para ver si pasó algo, la respuesta siempre es que quedan dos cuadritas para llegar, con lo que hay que calcular diez minutos más de espera. Es la archiconocida hora boliviana.
Eso sí, cuando les interesa son puntuales a más no poder. Y, si convocan a una conferencia de prensa a las 11 y ese día hay prisa, por x motivos, si a las 11.01 no ha aparecido el susodicho personaje que llamó para hablar, los nervios empiezan a aparecer.
Y se produce un fenómeno indescriptible, una protesta simple y, a su vez, poco efectiva. Salen de entre el montón de periodistas gritos de 'hora', como queriendo presionar para que, de una vez por todas, acabe la espera. Hoy, además, se pusieron de acuerdo y cuatro o cinco chillaron a la vez, con lo que la voz rebotó entre las paredes de un pequeño salón de hotel y se quedó allí, sin que saliera fuera de ese habitáculo y se proyectara hasta cinco pisos más arriba, donde estaba el personaje en cuestión.
Al ver que no hay respuesta, y tras un intento de plante, me río por dentro porque yo, en 241 días, he aprendido antes que ellos que lo mejor para una conferencia de prensa es llevarse un libro y esperar. Con suerte, se puede acabar esa lectura que tenías a medias desde hace tanto tiempo.

El tiempo, el implacable, el que pasó - Pablo Milanés

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