22.5.09

Danza

(Día 134)
La Paz.- Viernes por la tarde, ya oscurecido porque cada vez el día se acorta más, y estás tumbado en tu colchón (no hay cama, para quien no lo sepa) sin saber qué hacer.
Enfrente, la pared, sólo decorada con un poster que te regaló Núria de una presentación de una exposición en el Centre d'Art Santa Mònica y uno de la Feria de la Coca, reivindicando que desde hace 3.000 años se pijcha. Una mesa con ruedas que servía para soportar el peso del televisor que bajaste al comedor, las cortinas de un clor amarillo feo en el ventanal justo de delante de la cama.
Te acuerdas de todas las cosas que llevaste para poner en la pared con recuerdos de más o menor toda la gente que dejaste tras tu exilio, y decides salir a buscar algo para poder pegarlo todo ante esa pared tan triste.
Paseando por el centro, recuerdas la entrevista que hiciste ayer a un coreógrafo catalán, y decides ir a ver el espectáculo. Nunca te gustó la danza, siempre dices que no sabes bailar, pero una vez que llega algo de cultura del exterior decides ir a ver qué tal. Además, son paisanos.
Y haces hora y media en una cola donde es necesario tener invitación para entrar, cosa que tú no tienes, y entras como si nada. Te sientas en un incómodo banco de madera en el gallinero del teatro, en un lateral, donde ves a duras penas el escenario.
Empieza tarde, siguiendo la hora boliviana. Y, tras hora y media de saltos, movimientos imposibles de piernas y brazos, de expresividad, de pies descalzos, de emoción, de ritmo, de pausa; sales con la sensación que tampoco estuvo tan mal. Aunque nunca te pondrás un mallot ni unos zapatos de punta ni te agarrarás a una barra para flexionar las rodillas mientras suena cualquier composición de un ruso que no conoces.

Sense el ressò del dringPascal Comelade

No hay comentarios.: