(Día 0)
Barcelona/Madrid/Lima/La Paz.- Salida de Barcelona (Catalunya) a las 9.40 hora local. Llegada a La Paz (Bolivia) a las 00.45 hora local. Total: 20 horas de diferencia (real), para dejar atrás lo que se puede, y dar paso a otra cosa, que ya veremos que es.
En el trayecto Madrid (España) – Lima (Perú), dos peruanos (1: hombre, mediana edad, facciones marcadas; 2: mujer, mediana edad, facciones marcadas) me interrogan a la salida del avión; vuelo que pensaba que no cogería por el retraso en el trayecto Barcelona (Catalunya) – Madrid (España), de casi una hora. Me sorprendo a mí mismo cuando explico y hablo más de lo que pensaba y jamás hubiera pensado. Les enseño mi peluche de Goofy, que se sienta en mi regazo a la espera de la llegada a Lima (Perú). Busco la cámara de fotos para entretenerme, me doy cuenta que las pilas están en la maleta facturada.
A cinco horas de llegar a Lima (Perú), ponen una película francesa. Subtítulos en inglés. Tengo la sensación, modestia a parte, que soy el único en todo el avión que puede entender un poco de que va. Al final, pese a un título que no va con el argumento, Affaire de famille, resulta entretenida. Poco más de una hora, 77' marca la programación del vuelo, en una de esas historias contadas desde el punto de vista de cada protagonista, para liar al personal e ir atando cabos al paso del metraje. Como las series de detectives, en las que hasta el final no sabes quién es el asesino. Como en las series de detectives, en las que el final está cogido por los pelos, pero resulta creíble.
Acaba la película y sigo con la sensación de que me dejo algo. Pero ya tengo ganas de oler Sudamérica. Siempre he tenido esa obsesión con los olores; i, no precisamente, porque sea uno de los sentidos que tengo más desarrollados. En absoluto. Quizá, precisamente por eso, me obsesionan. Para demostrarme a mí mismo que, realmente, tengo un olfato útil.
Cuando ya son once horas y diecisiete minutos las que se llevam del trayecto Madrid (España) – Lima (Perú), sigo sentado en mi plaza 40E; más centrado imposible. Ya han pasado tres películas, está a punto de empezar la cuarta, y un magazine lleno de publicidad sobre motor, tecnología, moda e Iberia; dos reproducciones completas de Un día en el mundo de Vetusta Morla en el iPod; un almuerzo a base de pasta y sucedáneo de pastel de crema; cuatro tazas de café y una Coca-cola de 250 mililitros; una siesta de poco más de una hora, coincidiendo con la segunda de las películas; un sudoku nivel medio en el iPod; una ojeada al International Herald Tribune en búsqueda de notícias de Sudamérica, con el resultado de cero; unas risas con las tiras cómicas de Calvin&Hobbes, Garfield y Charlie Brown, también en el Herald; seis cuentos de Murakami; dos visitas al excusado; tres paseos hasta la cabina del avión para estirar un poco las piernas; trece explicaciones del funcionamiento de los auriculares del avión; dos zonas de turbulencias, con la obligación de retornar a su asiento, poner el respaldo en vertical y abrocharse el cinturón de seguridad; algún que otro abrazo a Goofy; medio disco Tots els professors europeus de Manel; una relectura de la Guía Panchita 2009.
Llega un momento, casi a la llegada a Lima (Perú), que ya no sé ni qué hora es. Y, a la llegada a la capital peruana, me sorprende la modernidad del aeropuerto. Eso sí, sólo aceptamos moneda nacional. Me quedo, pues, sin el quinto café de la jornada. Encuentro una red wi-fi escondida tras unos paneles informativos de la aerolínia TACA. Me conecto, descargo rápido los correos electrónicos nuevos, la mayoría de mensajes de Facebook, y el tiempo justo para un chat para decir que todo va bien e irme corriendo hacia la puerta de embarque dirección, por fin, La Paz (Bolivia).
Llegamos al aeropuerto un poco antes de lo previsto. Pero de la terminal salimos más que tarde, tras pasar por cuatro controles de, respectivamente, pasaporte, visado, maletas, objetos a declarar. Todos, con policía armada con metralletas que asustan. Y con esa cara de serio antagónica a la forma de tomarse la vida de los bolivianos. Quizá, como excusa, valga que son las 00.45 hora local. Y todo el mundo prefiere estar en su cama a aguantar las impertinencias de los turistas.
Salgo y no hay nada: fuera, llueve. Llueve. Empieza bien, me encanta que llueva. Un chico me ofrece un cigarrillo (Lucky Strike), que encendemos con mi mechero. Me pregunta si le puedo alojar en algún sitio. Ojalá me vengan a buscar a mí. Intercambiamos mails, él estará en Tarija (sur) trabajando de documentalista. Al minuto no recuerdo ni su nombre ni de donde es. Sólo que me ofreció el cigarrillo (Lucky Strike), lo encendimos con mi mechero azul, y que pactó con un taxista una tarifa de 50 bolivianos (5,3 euros, aprox.) para llegar a la ciudad y dejarlo en un hotel donde, la noche, no cueste más de 12 dólares (9,07 euros, aprox.).
Llegan el taxista, Carlos, y una de mis nuevas compañeras de trabajo, Lorena. Lo primero que me sorprende es la timidez del chófer; la segunda, la capacidad imparable de habla de la chica. Se excusan del retraso, sin que le dé más importancia. Y, de nuevo, interrogatorio. Por qué La Paz, qué ha sido de mi vida hasta el momento... Preguntas a las que estoy cansado de responder, que he intentado responder más de una vez en mi vida, pero que hacen que la media hora de trayecto se haga más agradable y, sobretodo, corto. Me cuenta cuatro o cinco cosas del país, de las que no me acuerdo de ninguna. Llevo en mi cuerpo tres aviones, con una siesta que no llega a la hora y media, para intentar mediar en el cambio de horario.
El primer olor que me viene, pues, de La Paz, es a humedad. Humedad de lluvia, de la que cae, moja, pero no molesta. La mejor, sin duda. Lorena me ofrece su paraguas; no lo acepto ni de broma. Prefiero mojarme. Me gusta mojarme. Y más ahora, que sin pelo siento cada gota sobre mi cabeza.
Calle 6 de agosto, edificio del que no recuerdo el nombre, piso 14, departamento 1402. Abraham me acogerá los primeros días. Y, aunque tendría que ir directo al sofá, su compañero de piso, Andrés, corresponsal, entre otros, de la BBC, está de viaje hasta el sábado. El primer encuentro con él es una salutación de rigor, y directo a la cama que mañana se trabaja.
Y no puedo dormir. Me revuelvo por la cama, busco una red wi-fi para conectarme, con el resultado de cuatro redes con clave. Otro día será. Pijama y a la cama.
Barcelona/Madrid/Lima/La Paz.- Salida de Barcelona (Catalunya) a las 9.40 hora local. Llegada a La Paz (Bolivia) a las 00.45 hora local. Total: 20 horas de diferencia (real), para dejar atrás lo que se puede, y dar paso a otra cosa, que ya veremos que es.
En el trayecto Madrid (España) – Lima (Perú), dos peruanos (1: hombre, mediana edad, facciones marcadas; 2: mujer, mediana edad, facciones marcadas) me interrogan a la salida del avión; vuelo que pensaba que no cogería por el retraso en el trayecto Barcelona (Catalunya) – Madrid (España), de casi una hora. Me sorprendo a mí mismo cuando explico y hablo más de lo que pensaba y jamás hubiera pensado. Les enseño mi peluche de Goofy, que se sienta en mi regazo a la espera de la llegada a Lima (Perú). Busco la cámara de fotos para entretenerme, me doy cuenta que las pilas están en la maleta facturada.
A cinco horas de llegar a Lima (Perú), ponen una película francesa. Subtítulos en inglés. Tengo la sensación, modestia a parte, que soy el único en todo el avión que puede entender un poco de que va. Al final, pese a un título que no va con el argumento, Affaire de famille, resulta entretenida. Poco más de una hora, 77' marca la programación del vuelo, en una de esas historias contadas desde el punto de vista de cada protagonista, para liar al personal e ir atando cabos al paso del metraje. Como las series de detectives, en las que hasta el final no sabes quién es el asesino. Como en las series de detectives, en las que el final está cogido por los pelos, pero resulta creíble.
Acaba la película y sigo con la sensación de que me dejo algo. Pero ya tengo ganas de oler Sudamérica. Siempre he tenido esa obsesión con los olores; i, no precisamente, porque sea uno de los sentidos que tengo más desarrollados. En absoluto. Quizá, precisamente por eso, me obsesionan. Para demostrarme a mí mismo que, realmente, tengo un olfato útil.
Cuando ya son once horas y diecisiete minutos las que se llevam del trayecto Madrid (España) – Lima (Perú), sigo sentado en mi plaza 40E; más centrado imposible. Ya han pasado tres películas, está a punto de empezar la cuarta, y un magazine lleno de publicidad sobre motor, tecnología, moda e Iberia; dos reproducciones completas de Un día en el mundo de Vetusta Morla en el iPod; un almuerzo a base de pasta y sucedáneo de pastel de crema; cuatro tazas de café y una Coca-cola de 250 mililitros; una siesta de poco más de una hora, coincidiendo con la segunda de las películas; un sudoku nivel medio en el iPod; una ojeada al International Herald Tribune en búsqueda de notícias de Sudamérica, con el resultado de cero; unas risas con las tiras cómicas de Calvin&Hobbes, Garfield y Charlie Brown, también en el Herald; seis cuentos de Murakami; dos visitas al excusado; tres paseos hasta la cabina del avión para estirar un poco las piernas; trece explicaciones del funcionamiento de los auriculares del avión; dos zonas de turbulencias, con la obligación de retornar a su asiento, poner el respaldo en vertical y abrocharse el cinturón de seguridad; algún que otro abrazo a Goofy; medio disco Tots els professors europeus de Manel; una relectura de la Guía Panchita 2009.
Llega un momento, casi a la llegada a Lima (Perú), que ya no sé ni qué hora es. Y, a la llegada a la capital peruana, me sorprende la modernidad del aeropuerto. Eso sí, sólo aceptamos moneda nacional. Me quedo, pues, sin el quinto café de la jornada. Encuentro una red wi-fi escondida tras unos paneles informativos de la aerolínia TACA. Me conecto, descargo rápido los correos electrónicos nuevos, la mayoría de mensajes de Facebook, y el tiempo justo para un chat para decir que todo va bien e irme corriendo hacia la puerta de embarque dirección, por fin, La Paz (Bolivia).
Llegamos al aeropuerto un poco antes de lo previsto. Pero de la terminal salimos más que tarde, tras pasar por cuatro controles de, respectivamente, pasaporte, visado, maletas, objetos a declarar. Todos, con policía armada con metralletas que asustan. Y con esa cara de serio antagónica a la forma de tomarse la vida de los bolivianos. Quizá, como excusa, valga que son las 00.45 hora local. Y todo el mundo prefiere estar en su cama a aguantar las impertinencias de los turistas.
Salgo y no hay nada: fuera, llueve. Llueve. Empieza bien, me encanta que llueva. Un chico me ofrece un cigarrillo (Lucky Strike), que encendemos con mi mechero. Me pregunta si le puedo alojar en algún sitio. Ojalá me vengan a buscar a mí. Intercambiamos mails, él estará en Tarija (sur) trabajando de documentalista. Al minuto no recuerdo ni su nombre ni de donde es. Sólo que me ofreció el cigarrillo (Lucky Strike), lo encendimos con mi mechero azul, y que pactó con un taxista una tarifa de 50 bolivianos (5,3 euros, aprox.) para llegar a la ciudad y dejarlo en un hotel donde, la noche, no cueste más de 12 dólares (9,07 euros, aprox.).
Llegan el taxista, Carlos, y una de mis nuevas compañeras de trabajo, Lorena. Lo primero que me sorprende es la timidez del chófer; la segunda, la capacidad imparable de habla de la chica. Se excusan del retraso, sin que le dé más importancia. Y, de nuevo, interrogatorio. Por qué La Paz, qué ha sido de mi vida hasta el momento... Preguntas a las que estoy cansado de responder, que he intentado responder más de una vez en mi vida, pero que hacen que la media hora de trayecto se haga más agradable y, sobretodo, corto. Me cuenta cuatro o cinco cosas del país, de las que no me acuerdo de ninguna. Llevo en mi cuerpo tres aviones, con una siesta que no llega a la hora y media, para intentar mediar en el cambio de horario.
El primer olor que me viene, pues, de La Paz, es a humedad. Humedad de lluvia, de la que cae, moja, pero no molesta. La mejor, sin duda. Lorena me ofrece su paraguas; no lo acepto ni de broma. Prefiero mojarme. Me gusta mojarme. Y más ahora, que sin pelo siento cada gota sobre mi cabeza.
Calle 6 de agosto, edificio del que no recuerdo el nombre, piso 14, departamento 1402. Abraham me acogerá los primeros días. Y, aunque tendría que ir directo al sofá, su compañero de piso, Andrés, corresponsal, entre otros, de la BBC, está de viaje hasta el sábado. El primer encuentro con él es una salutación de rigor, y directo a la cama que mañana se trabaja.
Y no puedo dormir. Me revuelvo por la cama, busco una red wi-fi para conectarme, con el resultado de cuatro redes con clave. Otro día será. Pijama y a la cama.
Transatlanticism - Death cab for cutie
2 comentarios:
No sé ni en qué entrada comentarte, pero supongo que esta, la del comienzo, es la más adecuada.
Comparto la obsesión por los olores de los lugares nuevos, además del olfato atrofiado. ¿Por qué será? ;)
mu!
Et vas oblidar de dur el pijama de Goofy.
Una petita descripció de l'aeroport de La Paz estaria bé com inici de la història del nou món. Malgrat tot, la narració no està malament tenint en compte que no és facil traduir el cúmul de sensacions que afegides al nerviosisme, noves situacions, pensaments potser mai abans sintonitzats i altres escipients, produïxen un producte altament complex.
Només una cosa: la gent no pot saber si estàs o no cansat de respondre a les preguntes que fas, moltes vegades es confon la tafaneria amb l'interès sincer per l'altra persona. El problema és no poder distingir quan l'interrogatori és producte d'una cosa o l'altra.
Un petó
Publicar un comentario