(Día 1)
La Paz.- Sigo estirado en la cama de Andrés. Son las 18.59 hora local. Eso significa que en Washington y en Nueva York son las 17.59, en Barcelona y Madrid las 23.59, las 22.59 en horario GMT.
El soroche es algo difícil de explicar. En mi caso, dolor de cabeza más que considerable, náuseas casi imperceptibles y que, por suerte, no son suficientes como para devolver. Mal de altura, efectivamente, que en mi caso se une a la falta de sueño. Me resisto a tomar un paracetamol durante la noche, por miedo a hacer ruido y molestar a Abraham, que por la mañana trabaja. Minutos después de las once no puedo más: pastilla y a la cama. Resultado de tres horas de sueño initerrumpido, hasta la una y media, y almohada y pijama sudados. Se ve que necesitaba sudar.
Ducha rápida, limpieza de dientes, directo a la oficina de Efe. Salgo del ascensor y me encuentro Abraham, preocupado por mi estado de salud. Cuidado extremo, ya se ve.
Momento de presentaciones oficiales en la oficina, una pequeña habitación con cuatro computadoras. Recuerdo pocos nombres, aunque tampoco me presenten a más de cuatro o cinco personas.
Con la hora que es, directos a comer. Sinceramente, creo que me sería imposible volver al sitio al que vamos. Y, además, me ha costado llegar. Cansancio desmedido para dos subiditas que, en Barcelona (Catalunya), creo que podría haber hecho en bici sin problemas de marchas, platos ni piñones; no más cuesta arriba que el tramo final de la calle Marina, justo en el cruce con Meridiana; o el ascenso de la calle Escorial. Estoy destrozado. De nuevo, como excusa, el soroche. Me doy cuenta que, a partir de ahora, con todo lo que me pase, podré culpar a la altura.
Necesito móvil boliviano: compañía Tigo, ni idea del número. Almuerzo una sopa y un plato típico, de los cuales, para variar, no recuerdo el nombre. La altura, supongo. Con postre incluido (flan, ecs), 19 bolivianos (2,04 euros, aprox.). Paga Abraham, todavía no tengo moneda local. Con estos precios, dudo que no me guste la ciudad.
Vuelta a la agencia, mientras trabajan, me coloco en mi puesto. Computadora más que antigua, que se cuelga tras cinco minutos de inactividad. Un lujo, vaya. Suerte que traje mi portátil; espero poder trabajar desde él. Aprovecho para un breve Skype; probar de chatear por Gtalk, sin respuesta; leer y responder correos electrónicos; poner al día Facebook. Me siento inútil; salgo a pasear.
Evidentemente, me pierdo. Me doy cuenta, en un momento, que he pasado tres veces por el mismo sitio. La memoria me falla; debe de ser por el soroche. En un principio iba a buscar departamento; en realidad, busco sensaciones. Resultado de nada nuevo, nada que me impacte de sobremanera. Sí, la gente viste (un poco) diferente; sí, el comercio ambulante es constante; sí, las facciones de la gente son diferentes; sí, el tráfico es diferente. Pero sensaciones sensaciones, pocas. Y olores, ni hablar.
Descubro un hipermercado, del que no recuerdo ni el nombre ni su situación. Compro agua, zumo de naranja, mandarina y limón para el desayuno, un paquete de pilas y un paquete de tabaco (L&M rojo). Total: 35 bolivianos, 3,77 euros (aprox.). Alucino.
Por casualidad encuentro el departamento en el que me alojo: agua sobre el mueble de la cocina, zumo en la nevera, pilas a la cámara, primeras cuatro fotos de vistas desde el departamento, encender el ordenador para escribir.
Esta noche hay fiesta; la pereza y el sueño acumulado, así como el soroche, me impiden ir. A la próxima estoy allí. Para empezar a crear un círculo de amistades, de gente conocida, y empezar, ahora sí, a dejar de lado lo que llevo encima y empezar de nuevo. Aunque, ahora mismo, siento que echo en falta la seguridad de no perderme por las calles de Barcelona (Catalunya), su humedad, su gente deambulando por las ciudad, las calles cuadriculadas del Eixample, la sensación de tener un espacio propio, la conexión veinticuatro horas a Internet a una velocidad estratosférica. Qué cantidad de tonterías. El soroche, seguro.
La Paz.- Sigo estirado en la cama de Andrés. Son las 18.59 hora local. Eso significa que en Washington y en Nueva York son las 17.59, en Barcelona y Madrid las 23.59, las 22.59 en horario GMT.
El soroche es algo difícil de explicar. En mi caso, dolor de cabeza más que considerable, náuseas casi imperceptibles y que, por suerte, no son suficientes como para devolver. Mal de altura, efectivamente, que en mi caso se une a la falta de sueño. Me resisto a tomar un paracetamol durante la noche, por miedo a hacer ruido y molestar a Abraham, que por la mañana trabaja. Minutos después de las once no puedo más: pastilla y a la cama. Resultado de tres horas de sueño initerrumpido, hasta la una y media, y almohada y pijama sudados. Se ve que necesitaba sudar.
Ducha rápida, limpieza de dientes, directo a la oficina de Efe. Salgo del ascensor y me encuentro Abraham, preocupado por mi estado de salud. Cuidado extremo, ya se ve.
Momento de presentaciones oficiales en la oficina, una pequeña habitación con cuatro computadoras. Recuerdo pocos nombres, aunque tampoco me presenten a más de cuatro o cinco personas.
Con la hora que es, directos a comer. Sinceramente, creo que me sería imposible volver al sitio al que vamos. Y, además, me ha costado llegar. Cansancio desmedido para dos subiditas que, en Barcelona (Catalunya), creo que podría haber hecho en bici sin problemas de marchas, platos ni piñones; no más cuesta arriba que el tramo final de la calle Marina, justo en el cruce con Meridiana; o el ascenso de la calle Escorial. Estoy destrozado. De nuevo, como excusa, el soroche. Me doy cuenta que, a partir de ahora, con todo lo que me pase, podré culpar a la altura.
Necesito móvil boliviano: compañía Tigo, ni idea del número. Almuerzo una sopa y un plato típico, de los cuales, para variar, no recuerdo el nombre. La altura, supongo. Con postre incluido (flan, ecs), 19 bolivianos (2,04 euros, aprox.). Paga Abraham, todavía no tengo moneda local. Con estos precios, dudo que no me guste la ciudad.
Vuelta a la agencia, mientras trabajan, me coloco en mi puesto. Computadora más que antigua, que se cuelga tras cinco minutos de inactividad. Un lujo, vaya. Suerte que traje mi portátil; espero poder trabajar desde él. Aprovecho para un breve Skype; probar de chatear por Gtalk, sin respuesta; leer y responder correos electrónicos; poner al día Facebook. Me siento inútil; salgo a pasear.
Evidentemente, me pierdo. Me doy cuenta, en un momento, que he pasado tres veces por el mismo sitio. La memoria me falla; debe de ser por el soroche. En un principio iba a buscar departamento; en realidad, busco sensaciones. Resultado de nada nuevo, nada que me impacte de sobremanera. Sí, la gente viste (un poco) diferente; sí, el comercio ambulante es constante; sí, las facciones de la gente son diferentes; sí, el tráfico es diferente. Pero sensaciones sensaciones, pocas. Y olores, ni hablar.
Descubro un hipermercado, del que no recuerdo ni el nombre ni su situación. Compro agua, zumo de naranja, mandarina y limón para el desayuno, un paquete de pilas y un paquete de tabaco (L&M rojo). Total: 35 bolivianos, 3,77 euros (aprox.). Alucino.
Por casualidad encuentro el departamento en el que me alojo: agua sobre el mueble de la cocina, zumo en la nevera, pilas a la cámara, primeras cuatro fotos de vistas desde el departamento, encender el ordenador para escribir.
Esta noche hay fiesta; la pereza y el sueño acumulado, así como el soroche, me impiden ir. A la próxima estoy allí. Para empezar a crear un círculo de amistades, de gente conocida, y empezar, ahora sí, a dejar de lado lo que llevo encima y empezar de nuevo. Aunque, ahora mismo, siento que echo en falta la seguridad de no perderme por las calles de Barcelona (Catalunya), su humedad, su gente deambulando por las ciudad, las calles cuadriculadas del Eixample, la sensación de tener un espacio propio, la conexión veinticuatro horas a Internet a una velocidad estratosférica. Qué cantidad de tonterías. El soroche, seguro.
Such great heights - The Postal Service
2 comentarios:
Me ha llamado la atención que ha pasado a ser más importante la hora de Washington y New York que la de Madrid o Barcelona, pero enseguida me he dado cuenta del motivo: Obama marca la diferencia.
Realmente puede llegar a ser preocupante la falta de memoria que produce el soroche, no te ha dejado que la narración fuese redonda.
Si me explicas que es el Gtalk puede ser que chatee contigo, nunca se sabe.
Lo que es un poco decepcionante es que no hayas encontrado lo que buscabas: sensaciones nuevas.
Sobretodo porque en teoría es un lugar perfecto para experimentarlas. Te puedo comentar algo que a mí me funciona: cuando salgas a la calle ponte los ojos de turista. ¿No te los habrás dejado en Barcelona? Yo en muchas ocasiones paso por los mismos lugares y siempre los veo diferentes: me pongo los ojos de turista. Es fascinante.
Otra cosa, cuidado con los alucinógenos. No has detallado si fue cuando bebiste el agua, el zumo o fumaste el tabaco, que notaste la alucinación. ¿O es que también compraste peyote?
Por último, sigo insistiendo (ya te lo he comentado en algún otro sitio) en no es conveniente olvidar lo que hasta este momento has aprendido, si quieres emprender con éxito esta gran etapa de tu vida. De lo contrario no serás tú quien gobierne tu destino, lo manejarán otros. La vida es lo más importante que tenemos.
Un beso
¿No te han dado las infusiones de coca? ¿El trimate? Funciona. Se te pasa rápido.
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