3.4.09

Sol

(Día 85)
Copacabana.- La Isla del Sol huele a eucalipto.
Tres horas de bus y dos y media en barco desde La Paz conducen a un paraje alejado de la Bolivia hasta ahora conocida. Conforme se acerca la isla, el sol empieza a ser de justícia, con lo que la crema solar se hace indispensable. Gorro y gafas completan el atuendo perfecto para llegar a un pequeño paraíso en el oeste boliviano, frontera con Perú.
La travesía por el Titicaca para la odisea de Ulises. El agua lo rodea todo, y la sensación de soledad aumenta a cada milla que pasa.
Cuando el verde de la isla empieza a hacerse presente, todo cambia. Pequeñas casitas de adobe, dispersas por la inmensa montaña, sirven de techo de una agua tranquila, donde los niños juegan a lanzar piedras. Un pequeño manantial cruza la orilla, desprendiendo frescor.
Como siempre que aparece el Evo, la comunidad se revoluciona. Multitud de ponchos rojos y polleras conforman un paisaje asombroso, adornado todo con whipalas y tricolores. Entonces los chiquillos dejan sus piedras a un lado, y su cara cambia al ver al presidente. Las sonrisas inundan todos los rostros.
Vivir en el paraíso nunca fue tan apasionante.
Y en el camino, tumbado sobre la cubierta de un barco militar, la brisa te obliga a escribir, pensar. Alejarte de todo.
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Tres horas de bus y dos y media en barco desde La Paz conducen a un paraje alejado de la Bolivia hasta ahora conocida. En parte, porque tras ese tiempo llegas a un lugar del que salir va a ser harto difícil.
Ya la llegada fue complicada: el barco en el que te subes remolcó, ayer por la noche, el gran Buque Multipropósito, en el que el Evo tiene que viajar. Fallo en el motor, dicen.
Durante el viaje, el marinero cuenta su rutina. A las 4 de la tarde, hora local, cuando quedan libres de todo servicio, los que saben nadar se dan un chapuzón en el lago. El resto espera que el alto mando militar autorice realizar cursos de natación entre la marina boliviana.
La vuelta resulta ser caótica. Tras la escapada del presidente y la huída de los ministros, te encuentras solo en una isla, rodeado de agua por todas partes, y con la única compañía de gringos y medio centenar de periodistas. Llega el barco en el que arribaste, te subes y dice que no va a tu destino. Sales, corriendo, a buscar una embarcación de recreo que te lleve a tu destino. Capacidad para 30 personas, suben 60. El barco se tambalea, y viene el comandante del primero para decirte que sí, al final te lleva donde querías. Sin que hayan pasado 15', uno de los motores se para. Temes lo peor. Sin vívere alguno, la sensación de soledad que te acompañaba se agranda. Por suerte, llega otro barco militar: el abordaje se produce de forma desordenada y caótica. Pero al final entras, te sientas en el primer sitio que encuentras, y pruebas de dormir. Lástima que estés sobre el motor, y su ajetreo obligue a tus músculos a moverse siguiendo un ritmo constante.
La llegada a Copacabana parece tranquila, aunque para desembarcar pases por el interior de otro barco, como el cambio de línea en el metro. Subes al bus, hasta Tiquina. Otro barco, para cruzar el estrecho. Ahora ya de noche, con frío. Recuerdas las imágenes de pateras repletas de inmigrantes, y, salvando las distancias, te sientes como uno de ellos. Llegas a tierra, y todo parece más normal.
Sólo faltan dos horas para llegar a La Paz.
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Y, en todo este tiempo, no has parado de pensar.


Island in the sun - Weezer

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