25.4.09

Revés

(Día 107)
La Paz.- Desde el primer día que llegué, y coincidió con que salí de la oficina a mediodía, cuando el sol pega más fuerte sobre La Paz, hubo algo que me sorprendió.
El centro de mi vida en Bolivia es la plaza Abaroa, núcleo del barrio de Sopocachi y de los únicos espacios abiertos de este lugar de la ciudad. Dedicada al héroe que perdió el mar boliviano -está visto que mi vida se basa en pueblos que aclaman a personajes perdedores-, la fuente central, casi siempre sin agua, la rodea una pequeña plaza con marcas en el suelo, prestas para recibir a excombatientes y militares en el día del Mar. Los bancos se llenan al mediodía de parejas que toman helados, de niños que juegan tras el colegio, de universitarios que se tiran en la hierba, de ejecutivos que se hacen limpiar los zapatos por los lustrabotas, de hippies que hacen malabares para ganar algunos pesos.
Pero lo realmente sorprendente es como se sientan en los bancos de madera y hierros. Del revés. Me explico.
En vez de usar el banco como debería hacerse, o como parecería normal, con la espalda apoyada en el respaldo, paseando por la plaza se ve una consecución de dorsos humanos en fila.
Pregunté, extrañado, a alguien que me acompañaba hace tiempo. Y la respuesta fue clara: usan el respaldo como apoya brazos. Así se consiguen dos cosas: la primera, tener un sitio donde dejar caer los brazos, extremidades tan incomprendidas e inútiles a la hora de sentarse; la segunda, evitar el contacto directo con el sol, ya que así la dirección del cuerpo enfoca directamente a los sitios donde hay árboles y, por tanto, sombra.
Tras reflexionarlo, parece de lo más lógico. Pero todavía me cuesta ver las cosas del revés, del otro lado. Sigo todavía con mi dirección frontal, sin ver que, detrás de todo, quizá haya algo mejor. Un cambio a tiempo puede ser beneficioso, aunque me cueste aceptarlo y dude que nunca lo pudiera aceptar. Pero, si es para mejor, se tendrá que aceptar. Siempre que sea para mejor. En caso que no sea así, prefiero que mis brazos sigan colgando descompensados, que mi espalda se apoyo en el respaldo de madera verde y fea y que el sol me deslumbre y me obligue a ponerme gafas de sol y un gorro.


Rey SolVetusta Morla

1 comentario:

guso dijo...

Convencionalismo, Víctor. Creemos que nuestra costumbre es la que se tiene que imponer, cuando en realidad sólo somos puros imitadores. Recuerdo que durante un tiempo para aliviar mi tensión en la oficina solía subirme por las mesas (sólo en fin de semana y con pocos testigos). Me miraban como un bicho raro, no está bien. A mi me relajaba.
PD: Me encantan los Vetusta Morla.