5.4.09

Ramos

(Día 87)
La Paz.- La luz de la mañana entra por los ventanales de mi habitación. Es domingo, de ramos, y son poco más de las seis y media. Me pongo a escribir, mientras pienso que tengo en el estante demasiados libros por leer. Lo dejo para más adelante. Tengo tiempo de sobras.
A las nueve me da por no desayunar en casa, y me bajo al café para tomar un zumo de naranja, un cheesecake de frutilla, y conectarme a Internet para conocer las novedades del otro lado del mundo.
De bajada, en medio de la plaza, dos filas de veinte personas dejan un pasillo enorme, como esperando a alguien. En una de las puntas, un tipo con sotana blanca y bufanda roja se encarga de hablar a toda esa gente, que llevan en la mano
ramos, palmas y palmones. A su lado, un joven armado con una guitarra que le cuelga del cuello con una cinta de colores, hace una seña. Su compañero, atento, le devuelve la seña alzando un altavoz, como los de las manifestaciones, y se empieza a escuchar una melodía demasiado triste para ser un festejo. Evidentemente, evito pasar por el medio, y doy una enorme vuelta sin dejar, ni un solo minuto, de mirarles.
No vaya a ser que me den con sus
ramos. Un palo más no creo que lo pudiera soportar. Sería el preludio de una semana más de pasión, hasta llegar a la crucifixión. Aunque, bien mirado, el lunes resucitaría, con más fuerza que nunca.
La muerte siempre me dio
miedo. Tras pensarlo, creo que el subconsciente pensó eso a la hora de dar toda la vuelta a la plaza. O, quizá, estaba pensando en otra cosa.

Miedo - M Clan

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