5.12.09

Sueño

(Día 330)
Chimoré/Sinahota/Villa Tunari.- Un todoterreno negro derrapa a la entrada de El Conquistador, un restaurante con su propio criadero de truchas escondido dentro de un Chapare increíblemente verde, que parece más una selva que una parte de la Bolivia altiplánica que acostumbro a ver. Sentado en una silla de plástico, delante de una mesa de madera llena de botellas retornables de refrescos y con unos platillos con tomate, apio, cebolla y zanahoria, observo como el auto estaciona justo delante de la mesa que tengo a la derecha. Se abre la puerta del piloto, y sale el Evo. Se abre la del copiloto, y sale su hija, Eva Liz. Ese es el inicio de un día con el presidente.
Compartimos con él un chicharrón de trucha y una trucha a la plancha. Cuando acaba, habla un poco con los pocos periodistas que han osado desafiar al Evo y seguirle durante toda la víspera a las elecciones. Cae una lluvia fina en el Chapare, que molesta pero no moja. O que moja y no molesta, dependiendo del gusto.
Acaba de hablar, se sube al todoterreno y empieza la carrera. Subimos volando al taxi, y le perseguimos por las curvas selváticas. Se adelanta demasiados metros, va realmente rápido, y puedo imaginar la cara de susto de la niña en el puesto de copiloto.
Llegamos tarde al acto con los militares para celebrar el fin de otra temporada de éxito de erradicación de plantaciones ilegales de hoja de coca. Está todo el alto mando militar, y el Evo hace un discurso donde no deja títere con cabeza. Aunque esconda que esta campaña se ha incautado menos droga que el año anterior, lo único noticiable del acto. Termina de hablar y empieza el desfile militar, con la aparición especial de dos helicópteros -me pregunto si serán los únicos- del ejército boliviano, que pasan a una altura demasiada baja para mi gusto. Acaba el evento con un nuevo almuerzo (son sólo las 16.00) a base de papa y chuleta de cerdo.
Esperamos atentos al siguiente movimiento del Evo. Y, cuando vemos que su coche se pone en marcha, le volvemos a perseguir. Me siento como un paparazzi en busca de la foto comprometida del famoso de turno. Sólo aguantamos el ritmo de la jornada las tres agencias (Reuters, AP, Efe), y una nueva persecución se desarrolla entre los normalmente tranquilos pueblitos de la zona.
Le encontramos en un polideportivo destruído. De hecho, encontramos a la gente de su seguridad, que al principio nos vetan la entrada. Sabemos que el Evo acostumbra a hacer deporte siempre que puede, y es una foto que no nos podemos perder. Tras unas breves discusiones, aparece como una estrella de un lateral. Hablamos informalmente con él, y le retamos a un encuentro de fútbol sala. Acepta sin pensarlo mucho, aunque el hecho de que nosotros no tengamos equipación le preocupa. Pero es un problema de fácil solución: bajamos al pueblo más cercano y compramos seis equipaciones completas de color celeste.
Para un encuentro de estas dimensiones, nos trasladamos a un coliseo recién inaugurado. Mientras nos acercamos, vemos como la gente del pueblo hace la misma ruta que nosotros. Descubrimos el motivo cuando entramos al coliseo, bolsa de plástico en mano, y las gradas están con dos centenares de personas esperando el partido. Miedo escénico.
Nos cambiamos en un espacio lleno de polvo y cemento, y aunque nos dejan sillas de plástico no es lo que diríamos un vestuario. Me recuerda a las obras de los Bolivarianos. Al final me decido a ser arquero: me dejo mi camiseta de manga larga a rayas puesta para diferenciarme del resto del equipo.
Entramos a la cancha y nos aplauden. El equipo presidencial se hace esperar. Una radio local va a transmitir el partido en vivo, mientras Telesur lo graba todo para pasarlo en diferido. Nunca me sentí tan famoso como ahora.
Entra el equipo del Evo. Visten de blanco impoluto, y me sorprende que el presidente lleve el 3 en vez del 10 como acostumbra. Pitido inicial.
No jugamos mal, la verdad, pero se nota que no nos conocemos. De hecho, para completar el equipo, necesitamos inscribir a dos de nuestros choferes. Pero también hay que reconocer que tuvimos nuestras opciones. Yo, mientras, espero en el arco. Supongo que por el calor, y el miedo de enfrentarme al Evo en un partido de fútbol, hace que mi miopía aumente hasta el punto que hay veces que creo que no veo el balón. Se me nubla la vista cada vez que atacan.
El primer disparo de los de blanco va muy desviado, y no hace falta ni que me mueva. Por lo menos, salvo el orgullo al no encajar un gol en el primer disparo. El segundo chut es del Evo. El balón se cuela entre una maraña de piernas que no desvían el balón, y todavía no sé como me lancé hacia la derecha, rozo el balón con el dedo meñique de la mano derecha y sale fuera. Oigo el uy del público, veo como el árbitro no pita córner, y noto como me duele en exceso el dedo.
No tardan en llegar los goles. Hago una parada de mérito más, con el pecho cuando dispararon desde el punto de penalty y yo por suerte estaba justo delante de la trayectoria del balón, pero los dos goles caen cuando quieren. Al final, 2-0 y para casa.
Pero el Evo no se cansa. Sólo una hora después de disputar dos o tres partidos, ya está en su hotel dando una conferencia que al final dura más de una hora y media y en la que repite todo lo que ha dicho durante el último medio año. Hasta recupera las metáforas que usa en sus habitualísimos mítines.
Salimos del hotel, en Cochabamba, a las 6.00 de la mañana. Regreso al hotel, ahora en Villa Tunari, a las 00.30 de la noche. Y el Evo creo que seguiría su jornada, pero mañana tiene un día importante.
Me quedo frito al instante, soñando que no fue un sueño la jornada de hoy.


Compañero Evo
- DD.RR.

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