(Día 278)
Yumani.- Humberto es un chico de unos doce años que ha vivido toda su vida en Yumani. Al llegar las cuatro de la tarde, baja los 204 escalones que separan su casa de la playa, y espera los barcos que llegan desde Copacabana.
Humberto pocas veces ha salido de la isla del Sol. Tampoco lo necesita: tiene todo cerca de su casa. Gana algunos pesos con los turistas y mochileros que llegan cada día en barco, y supone que se tendrá que dedicar o al turismo o a la agricultura, ya sea en la papa, el locoto, la quinua... o a cuidar llamas, vacas y burros.
Desde La Paz, Copacabana está a tres horas por carretera. Le sorprenden los colores del Altiplano, el azul del lago. Hasta Yumani, una hora y media en un bote bastante inestable. Pero, al llegar a la parte sur de la isla, el cambio es impresionante. Una tranquilidad pasmosa, una 'playa' tranquila y que se mece al movimiento, lento, del agua que llega a la orilla. Una subida demasiado pesada de escaleras, con falta de oxígeno incluída. No es de extrañar: está a 4.020 metros de altura.
Buscamos un alojamiento, una pequeña cabaña con vistas al lago. Humberto promete que, por la mañana, se ve el amanecer.
Salimos a cenar en un restaurante del pueblo. Completamente vacío, nos sirven una sopa de quinua exquisita, perfecta para el frío que empieza a dar fuerte en la isla. No es muy tarde para ser tan oscuro, pero la virginidad de la isla, sin casi luces artificiales, le da un toque casi mágico. Y las estrellas aparecen en el cielo, y darían ganas de tumbarse en las piedras que ocupan la orilla de la isla y escuchar el suave movimiento de la marea como si estuviera estirado en la arena de una playa del Mediterráneo.
Yumani.- Humberto es un chico de unos doce años que ha vivido toda su vida en Yumani. Al llegar las cuatro de la tarde, baja los 204 escalones que separan su casa de la playa, y espera los barcos que llegan desde Copacabana.
Humberto pocas veces ha salido de la isla del Sol. Tampoco lo necesita: tiene todo cerca de su casa. Gana algunos pesos con los turistas y mochileros que llegan cada día en barco, y supone que se tendrá que dedicar o al turismo o a la agricultura, ya sea en la papa, el locoto, la quinua... o a cuidar llamas, vacas y burros.
Desde La Paz, Copacabana está a tres horas por carretera. Le sorprenden los colores del Altiplano, el azul del lago. Hasta Yumani, una hora y media en un bote bastante inestable. Pero, al llegar a la parte sur de la isla, el cambio es impresionante. Una tranquilidad pasmosa, una 'playa' tranquila y que se mece al movimiento, lento, del agua que llega a la orilla. Una subida demasiado pesada de escaleras, con falta de oxígeno incluída. No es de extrañar: está a 4.020 metros de altura.
Buscamos un alojamiento, una pequeña cabaña con vistas al lago. Humberto promete que, por la mañana, se ve el amanecer.
Salimos a cenar en un restaurante del pueblo. Completamente vacío, nos sirven una sopa de quinua exquisita, perfecta para el frío que empieza a dar fuerte en la isla. No es muy tarde para ser tan oscuro, pero la virginidad de la isla, sin casi luces artificiales, le da un toque casi mágico. Y las estrellas aparecen en el cielo, y darían ganas de tumbarse en las piedras que ocupan la orilla de la isla y escuchar el suave movimiento de la marea como si estuviera estirado en la arena de una playa del Mediterráneo.
Calafell - Els Pets
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