(Día 78)
Cochabamba.- Japón, realmente, no queda tan lejos. Sólo por que tengan los ojos rasgados, coman con palillos, y Tokio esté plagada de luces de neón, por lo que he visto en fotos y películas, no son tan diferentes.
Convivir con ellos durante dos días en Cochabamba ha sido una experiencia mejor de lo esperado. A parte de hacer el turista, de forma gratuita, durante dos días por unos parajes que probablemente nunca hubiera visitado, la sensación de estar de nuevo en un mundo conocido es algo que no se puede explicar. Rigor, puntualidad, orden... algo de lo que Bolivia carece y, por mucha cooperación, sea japonesa o de donde sea, creo que nunca llegará a tener.
La cultura del caos está demasiado arraigada en el país, y el dinero japonés, al igual que el de cualquier otro país, sólo podrá servir para mejorar en aspectos estructurales, materiales. Nunca, en mi modesta opinión, podrá cambiar la riqueza que significa el descontrol, la ineficiencia, el pasotismo y tantos otros atributos que sobrevuelan el ambito boliviano.
Japón, con una bandera tan simple como un fondo blanco con un topo rojo, al más puro estilo de un vestido flamenco, no puede hacer más que proporcionar aulas de colegio, instrumento quirúrgico para hospitales, y otras cosas por el estilo. No es su objetivo cambiar la cultura del país, claro está, pero todo lo que aporta necesita de una educación previa, de un trabajo de campo con la gente. Y, quizá eso, es lo más difícil.
Porque, si quisieran cambiar la cultura boliviana, sería muy difícil que dejaran de comer por la calle ceviches de dos pesos por sushi con algas de mar. Y, además, tenerlo que comer con palillos, cuando ni yo sé usarlos.
Cochabamba.- Japón, realmente, no queda tan lejos. Sólo por que tengan los ojos rasgados, coman con palillos, y Tokio esté plagada de luces de neón, por lo que he visto en fotos y películas, no son tan diferentes.
Convivir con ellos durante dos días en Cochabamba ha sido una experiencia mejor de lo esperado. A parte de hacer el turista, de forma gratuita, durante dos días por unos parajes que probablemente nunca hubiera visitado, la sensación de estar de nuevo en un mundo conocido es algo que no se puede explicar. Rigor, puntualidad, orden... algo de lo que Bolivia carece y, por mucha cooperación, sea japonesa o de donde sea, creo que nunca llegará a tener.
La cultura del caos está demasiado arraigada en el país, y el dinero japonés, al igual que el de cualquier otro país, sólo podrá servir para mejorar en aspectos estructurales, materiales. Nunca, en mi modesta opinión, podrá cambiar la riqueza que significa el descontrol, la ineficiencia, el pasotismo y tantos otros atributos que sobrevuelan el ambito boliviano.
Japón, con una bandera tan simple como un fondo blanco con un topo rojo, al más puro estilo de un vestido flamenco, no puede hacer más que proporcionar aulas de colegio, instrumento quirúrgico para hospitales, y otras cosas por el estilo. No es su objetivo cambiar la cultura del país, claro está, pero todo lo que aporta necesita de una educación previa, de un trabajo de campo con la gente. Y, quizá eso, es lo más difícil.
Porque, si quisieran cambiar la cultura boliviana, sería muy difícil que dejaran de comer por la calle ceviches de dos pesos por sushi con algas de mar. Y, además, tenerlo que comer con palillos, cuando ni yo sé usarlos.
Los japoneses no son tan chinos - Manos de topo
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