26.9.09

Lucía

(Día 260)
La Paz.- Me sorprende un trueno encerrado en casa. Tras el segundo estruendo, se precipitan las gotas de lluvia sobre el tejado metálico del primer piso de mi departamento. El mejor contexto para empezar a pensar, y, sobre todo, escribir.
Esta noche me quedé despierto hasta tarde. Tarde para mí, claro, o sea, las tres y media pasadas.
Escribí. La velada de flamenco/rumba de anoche me dejó tocado. Justo en ese momento en el que la cantante, propietaria del lugar, decidió preguntar mi nombre en medio de un concierto en el que tarareé todas y cada una de las canciones, y cuando unió en su repertorio dos temas tristes de desamor. Si Lucía de Serrat ya es una canción triste, al margen de todas las connotaciones que pueda tener, Y sin embargo te quiero, esa que Sabina decidió incluir en su Nos sobran los motivos en la voz de una espléndida mujer, acaba siendo el detonante para empezar a cortarse las venas y dejarse morir de amor.
Nunca creí en las casualidades. Las cosas pasan por un motivo, sea cuál sea. Y que esas dos canciones sonaran juntas, como una sola, no podía ser porque sí.
Así que, desde ese momento, me alejé de las palmas (tengo que confesar que a excepción de Como un burro amarrado a la puerta del baile de El Último de la Fila, y su célebre frase
que sóc de Barcelona i em moro de calor) y empecé un viaje de evasión del lugar.
Un rayo ilumina mi
living oscuro, y pongo en mi iTunes el recopilatorio de Sopa de Cabra, el del concierto al que no pude ir por petit, el que me ponía en momentos de depresión en mi tardía adolescencia.
Ayer escribí. Pura basura, que no va a ser hecha pública nunca; en parte, porque a eso de las tres decidí borrarlo todo y no dejar rastro de tan pésima unión de letras.
Pero, conociendo el contexto del que venía, ya se puede imaginar usted de qué trataba.
Justo ahora revisaba los últimos microcuentos que escribí, cuando todavía tenía inspiración. Evidentemente, ninguno me gustó, a todos les veo fallas. Y me lamento de no tener la... como se llame, para volver a escribir.
Ayer llegué a la conclusión que el trabajo en la oficina me consume. No sólo por las horas que le dedico, que son muchas, sino por la decadencia de mi escritura. No le veo ninguna gracia a lo que escribo, todo suena monótono y pesado. Y me cabrea, porque antes, por lo menos, me gustaba lo que escribía, aunque ahora releyendo me parezca una mierda. Ahora, ni eso.
Y creo que me afecta a mis sensaciones actuales. A lo que siento, a lo que vivo. No sólo el hecho de que no pueda/sepa escribir, sino al hecho de ser un ser insulso. El estar cansado de todo, de querer que terminen las cosas de una vez, de renovarme de nuevo. Justo lo que venía a conseguir en La Paz, y que parece que no consiga. O no consiga como quiero.
Eso, obviamente, afecta a mi forma de ver las cosas. Y potencia mi inestabilidad, ya que por no preocupar a los que me rodean y, quizá para engañarme a mí mismo, muestro caras completamente opuestas en poco tiempo.
No sé ni lo que escribo. Estoy convirtiendo esto en un espacio de autocomplacencia en vez de seguir siendo, como hasta ahora, un pseudodiario de mis aventuras por La Paz. Pero no puedo desperdiciar el momento, el repicar de las gotas de la lluvia sobre el asfalto. Tengo que seguir escribiendo, al menos hasta el próximo trueno.
Lo que decía, que llevo una semana de perros. Y por eso, en este momento, quería pedir perdón por todo lo que pueda haber causado con mi actitud.
Aunque, como dije antes, ahora mismo pienso que las cosas suceden por algo. No sé si para bien o para mal, pero pasan por algo. Espero que sea para seguir en una supuesta evolución personal. Y, espero también, que para seguir una supuesta evolución matrimonial. Aunque no sea un buen momento, obviamente.
Suena el último trueno, mientras el iTunes reproduce Podré tornar enrera, la última canción del disco. Así que, por hoy, se acabó.
Y perdón por un texto que, ni es para este blog ni tenía que haberse escrito. Nunca quise hacerlo tan personal como se ha ido convirtiendo con el paso del tiempo. Pero lo necesitaba.

Lucía - Joan Manuel Serrat

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