(Día 135)
Chijchipa.- La primera incursión en la provincia de Yungas es... es... diferente. En un todoterreno anaranjado pasas del marrón del altiplano al gris del interior de las nubes; del gris del interior de las nubes al amarillo blanquecino de las patatas que acompañan a la trucha del almuerzo; del amarillo blanquecino de las patatas que acompañan a la trucha del almuerzo al verde de los helechos; del verde de los helechos al violeta de las flores silvestres; del violeta de las flores silvestres al verde de alguna palmera desubicada; del verde de alguna palmera desubicada al blanco de una gaviota más perdida todavía; del blanco de una gaviota más perdida todavía al negro de los afrobolivianos; del negro de los afrobolivianos al azul del MAS.
Y, del azul del MAS, a la amalgama de colores que visten los indígenas que por primera vez en la historia verán a un presidente de la República en su territorio. Y por eso el color deja paso al sonido: de las risas, de los nervios, de los músicos, de los de seguridad, de los niños, de los periodistas peleando por el mejor sitio para grabar. Y, cuando ya el sonido se vuelve familiar, es el olor el que protagoniza la escapada: olor a cítricos, a plantaciones de coca, a carne para los visitantes, a polvo levantado por los coches, a naturaleza casi virgen.
Y ves la naturaleza y vuelves a pensar en el verde, un verde tan diferente al de las lechugas del supermercado, del verde del estadio de fútbol, al verde del estropajo que reposa sobre el bote de jabón en el fregadero de la cocina, al verde del orégano que se acumula en el armario de las veces que se pide pizza a domicilio, al verde de la pluma estilográfica, al verde de la camiseta de la selección boliviana, al verde del M&M de color verde.
Y piensas cuál será tu color ahora mismo.
Dos hombres con sombrero – Lori Meyers
Chijchipa.- La primera incursión en la provincia de Yungas es... es... diferente. En un todoterreno anaranjado pasas del marrón del altiplano al gris del interior de las nubes; del gris del interior de las nubes al amarillo blanquecino de las patatas que acompañan a la trucha del almuerzo; del amarillo blanquecino de las patatas que acompañan a la trucha del almuerzo al verde de los helechos; del verde de los helechos al violeta de las flores silvestres; del violeta de las flores silvestres al verde de alguna palmera desubicada; del verde de alguna palmera desubicada al blanco de una gaviota más perdida todavía; del blanco de una gaviota más perdida todavía al negro de los afrobolivianos; del negro de los afrobolivianos al azul del MAS.
Y, del azul del MAS, a la amalgama de colores que visten los indígenas que por primera vez en la historia verán a un presidente de la República en su territorio. Y por eso el color deja paso al sonido: de las risas, de los nervios, de los músicos, de los de seguridad, de los niños, de los periodistas peleando por el mejor sitio para grabar. Y, cuando ya el sonido se vuelve familiar, es el olor el que protagoniza la escapada: olor a cítricos, a plantaciones de coca, a carne para los visitantes, a polvo levantado por los coches, a naturaleza casi virgen.
Y ves la naturaleza y vuelves a pensar en el verde, un verde tan diferente al de las lechugas del supermercado, del verde del estadio de fútbol, al verde del estropajo que reposa sobre el bote de jabón en el fregadero de la cocina, al verde del orégano que se acumula en el armario de las veces que se pide pizza a domicilio, al verde de la pluma estilográfica, al verde de la camiseta de la selección boliviana, al verde del M&M de color verde.
Y piensas cuál será tu color ahora mismo.
Dos hombres con sombrero – Lori Meyers
1 comentario:
Yo, en cambio, hace unos días que voy del azul de mis sábanas al azul de mis cortinas, del azul del bote de helado de cheesecake al azul de los pantalones de Goofy... ¿Estaré volviendo al azul?
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