(Día 114)
La Paz.- Desde que llegué, he visto el poder que tiene de la prensa en Bolivia. Sólo el hecho de llevar una credencial colgada en el pecho, con una foto retocada hasta el extremo de no parecer tu, y editada en plena oficina, sin control de ningún órgano oficial, te permite traspasar las barreras más inaccesibles. Aunque, esta vez, sólo bastó presentarse en una oficina, hace poco menos de una semana, contando cualquier milonga de cobertura, para recibir los pases de prensa más maravillosos para el concierto estrella del año. Llegan Los Fabulosos Cadillacs, formación argentina que, tras el 6-1, todavía se atreven a mantener el calendario de la gira pese a ver el efecto de la altura en su selección.
Hace una semana, no tenía ni idea de quienes eran. Sólo que sonaba hasta la saciedad su canción en los diales, en una repetición a veces agobiante. Pero no se puede negar lo pegadizo del estribillo, aunque como la mayoría no tengan el más mínimo sentido. Así que, para el concierto, un día entero de documentación, descargas sin control por Emule, repeat en las reproducciones de Youtube.
Y llegó el concierto. A una hora un poco rara, las ocho de la tarde, aunque por la poca luz de las calles parece altas horas de la noche. Y aunque empiece a las diez, tras unos teloneros cambas con cantante jamaicano-boliviano.
Entrar es una odisea. No quiero ni saber cuánta gente fue al concierto, pero media La Paz podría haber estado allí sin problemas. Colas de más de dos cuadras, avalanchas ya en la entrada, revendedores que se dedican a comprar entradas, no a venderlas, discografías “completas” por diez bolivianos. Y nosotros, con nuestra credencial, sorteando con dificultad cualquier valla que se nos cruza por el camino hasta llegar delante, justo delante, del escenario. Que un poco más y saltamos a cantar nosotros.
El concierto fue un desastre. Empieza tarde, con nula seguridad, sonido demasiado elevado -quizá porque estamos demasiado cerca. Pero lo peor es el frío, que penetra desde los pies y hace que antes de empezar el concierto pienses que ya no tienes dedos.
Y empieza el concierto, y a las tres canciones se para por avalancha. Nunca había visto que se acabara de forma brusca por eso. Pero sí, diez minutos de parón y sigue el frío. Pero no termina así. Una canción más y, de nuevo, freno: Jaqueline,una niñita, se perdió, y su padre la busca. Y Vicentico, el cantante, anuncia que al final de cada canción irá diciendo el estado del caso Jaqueline. Vivimos un reality, vaya.
Además, el concierto no vale la pena. Un cantante sin conexión, una música demasiado repetitiva -no esperaba menos-, y sólo las excentricidades del bajista y el saxofonista valen la pena. Por lo que nos vamos del concierto antes de que termine, una vez han tocado las dos canciones que nos conocemos, que aprovechamos para berrear.
Por cierto, al final Jaqueline apareció. Y mis pies recuperaron sus dedos.
Padre nuestro – Los Fabulosos Cadillacs
La Paz.- Desde que llegué, he visto el poder que tiene de la prensa en Bolivia. Sólo el hecho de llevar una credencial colgada en el pecho, con una foto retocada hasta el extremo de no parecer tu, y editada en plena oficina, sin control de ningún órgano oficial, te permite traspasar las barreras más inaccesibles. Aunque, esta vez, sólo bastó presentarse en una oficina, hace poco menos de una semana, contando cualquier milonga de cobertura, para recibir los pases de prensa más maravillosos para el concierto estrella del año. Llegan Los Fabulosos Cadillacs, formación argentina que, tras el 6-1, todavía se atreven a mantener el calendario de la gira pese a ver el efecto de la altura en su selección.
Hace una semana, no tenía ni idea de quienes eran. Sólo que sonaba hasta la saciedad su canción en los diales, en una repetición a veces agobiante. Pero no se puede negar lo pegadizo del estribillo, aunque como la mayoría no tengan el más mínimo sentido. Así que, para el concierto, un día entero de documentación, descargas sin control por Emule, repeat en las reproducciones de Youtube.
Y llegó el concierto. A una hora un poco rara, las ocho de la tarde, aunque por la poca luz de las calles parece altas horas de la noche. Y aunque empiece a las diez, tras unos teloneros cambas con cantante jamaicano-boliviano.
Entrar es una odisea. No quiero ni saber cuánta gente fue al concierto, pero media La Paz podría haber estado allí sin problemas. Colas de más de dos cuadras, avalanchas ya en la entrada, revendedores que se dedican a comprar entradas, no a venderlas, discografías “completas” por diez bolivianos. Y nosotros, con nuestra credencial, sorteando con dificultad cualquier valla que se nos cruza por el camino hasta llegar delante, justo delante, del escenario. Que un poco más y saltamos a cantar nosotros.
El concierto fue un desastre. Empieza tarde, con nula seguridad, sonido demasiado elevado -quizá porque estamos demasiado cerca. Pero lo peor es el frío, que penetra desde los pies y hace que antes de empezar el concierto pienses que ya no tienes dedos.
Y empieza el concierto, y a las tres canciones se para por avalancha. Nunca había visto que se acabara de forma brusca por eso. Pero sí, diez minutos de parón y sigue el frío. Pero no termina así. Una canción más y, de nuevo, freno: Jaqueline,una niñita, se perdió, y su padre la busca. Y Vicentico, el cantante, anuncia que al final de cada canción irá diciendo el estado del caso Jaqueline. Vivimos un reality, vaya.
Además, el concierto no vale la pena. Un cantante sin conexión, una música demasiado repetitiva -no esperaba menos-, y sólo las excentricidades del bajista y el saxofonista valen la pena. Por lo que nos vamos del concierto antes de que termine, una vez han tocado las dos canciones que nos conocemos, que aprovechamos para berrear.
Por cierto, al final Jaqueline apareció. Y mis pies recuperaron sus dedos.
Padre nuestro – Los Fabulosos Cadillacs
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