(Día 111)
La Paz.- (Volver a) Ir al cine, a parte del gozo personal e intransferible del filme, tiene una ventaja. Como ya sucedió con el primer documental que viste en la Cinemateca, hace ya 95 días, y cada vez que ves un documental, por su naturaleza propia, te entra una sensación de reflexión profunda que, ahora que no tienes nadie con quien compartirlo y que te evada de los que han compartido cerca de dos horas de butaca, silencio, oscuridad, crepitar de pantalla y sonido inconfundible de maquinaria cinematográfica, tienes que reprimirte, pero, a su vez, esta soledad que llevas experimentando en los últimos días te permite poner tu cara de despite, ya tan habitual, y pararte a escuchar los comentarios del resto de cinéfilos, hasta que se dan cuenta de tus intenciones y te lanzan una mirada furtiva y amenazante, si no es que bajan el tono de voz y abortar la misión.
Pero vuelves a ir solo, y cuando sales no tienes ganas de poner tu cara de póker y te invade una cierta sensación de impotencia. Llevas días sintiéndote así, y los planes de un futuro próximo no mejoran la sensación. Puede, quizá, que se maximice.
Miguel N es un documental italo-suizo sobre un jesuita tirolés que, viendo a su alrededor, decide entrar en una guerrilla para ayudar a aquellos que más lo necesitan. Es un resumen demasiado simplificado, pero al ser nuevo en el país todavía no consigues asimilar toda la magnitud e intención de su paso.
Te desconciertan ciertas cosas de lo que vives. Y ver el documental no sé si ayuda. Tienes que reconocer que, durante tramos, has tenido que aguantar las lágrimas y necesitabas un abrazo fraternal, aunque en ningún momento tiene los rasgos sentimentales de los que se caracterizan muchas de las películas comerciales que se exhiben en las pantallas. Cuando sales no sabes si es porque realmente el director buscaba eso o que no has parado de pensar.
En parte, eres como el protagonista. Un exiliado que se aleja de la familia, de todo lo que conoció en ese momento, y que Bolivia lo atrapó de tal forma que tuvo que cambiar su forma de ver la vida y sus acciones. Pero sabes que en el fondo, ese tipo desconocido -ya no sabes si hablas de ti mismo o del guerrillero- sigue siendo el mismo, sólo que en un ambiente desconocido. Pero sigue siendo el mismo, pensando lo mismo, teniendo los mismos objetivos -difusos-, sintiendo lo mismo.
La revolución se hace desde dentro, dicen, entre aquellos que viven y sienten en un mismo entorno. Y triunfa cuando la mayoría se decide a seguir el mismo camino. En caso de no ser así, la frustración puede ser máxima, y no dejar contento a nadie. Al contrario, causar daño y desolación. Por eso, como moraleja de la tarde cinematográfica, extraes que tienes que seguir soñando. Y, si te llega la muerte en una emboscada policial, será que es tu destino. Pero mueres con la consciencia de que hiciste lo que pudiste por cambiar un mundo que no te gustaba en absoluto y en el que siempre te has sentido extraño, por mucha suerte que hayas tenido o muy joven que seas.
La Paz.- (Volver a) Ir al cine, a parte del gozo personal e intransferible del filme, tiene una ventaja. Como ya sucedió con el primer documental que viste en la Cinemateca, hace ya 95 días, y cada vez que ves un documental, por su naturaleza propia, te entra una sensación de reflexión profunda que, ahora que no tienes nadie con quien compartirlo y que te evada de los que han compartido cerca de dos horas de butaca, silencio, oscuridad, crepitar de pantalla y sonido inconfundible de maquinaria cinematográfica, tienes que reprimirte, pero, a su vez, esta soledad que llevas experimentando en los últimos días te permite poner tu cara de despite, ya tan habitual, y pararte a escuchar los comentarios del resto de cinéfilos, hasta que se dan cuenta de tus intenciones y te lanzan una mirada furtiva y amenazante, si no es que bajan el tono de voz y abortar la misión.
Pero vuelves a ir solo, y cuando sales no tienes ganas de poner tu cara de póker y te invade una cierta sensación de impotencia. Llevas días sintiéndote así, y los planes de un futuro próximo no mejoran la sensación. Puede, quizá, que se maximice.
Miguel N es un documental italo-suizo sobre un jesuita tirolés que, viendo a su alrededor, decide entrar en una guerrilla para ayudar a aquellos que más lo necesitan. Es un resumen demasiado simplificado, pero al ser nuevo en el país todavía no consigues asimilar toda la magnitud e intención de su paso.
Te desconciertan ciertas cosas de lo que vives. Y ver el documental no sé si ayuda. Tienes que reconocer que, durante tramos, has tenido que aguantar las lágrimas y necesitabas un abrazo fraternal, aunque en ningún momento tiene los rasgos sentimentales de los que se caracterizan muchas de las películas comerciales que se exhiben en las pantallas. Cuando sales no sabes si es porque realmente el director buscaba eso o que no has parado de pensar.
En parte, eres como el protagonista. Un exiliado que se aleja de la familia, de todo lo que conoció en ese momento, y que Bolivia lo atrapó de tal forma que tuvo que cambiar su forma de ver la vida y sus acciones. Pero sabes que en el fondo, ese tipo desconocido -ya no sabes si hablas de ti mismo o del guerrillero- sigue siendo el mismo, sólo que en un ambiente desconocido. Pero sigue siendo el mismo, pensando lo mismo, teniendo los mismos objetivos -difusos-, sintiendo lo mismo.
La revolución se hace desde dentro, dicen, entre aquellos que viven y sienten en un mismo entorno. Y triunfa cuando la mayoría se decide a seguir el mismo camino. En caso de no ser así, la frustración puede ser máxima, y no dejar contento a nadie. Al contrario, causar daño y desolación. Por eso, como moraleja de la tarde cinematográfica, extraes que tienes que seguir soñando. Y, si te llega la muerte en una emboscada policial, será que es tu destino. Pero mueres con la consciencia de que hiciste lo que pudiste por cambiar un mundo que no te gustaba en absoluto y en el que siempre te has sentido extraño, por mucha suerte que hayas tenido o muy joven que seas.
Seguirem somiant – Sopa de Cabra
1 comentario:
El cambio es bueno siempre que contentes a alguien, por lo menos a ti mismo. Si no es así, la búsqueda debe continuar. Aunque qué es la vida sino un cúmulo de búsquedas consecutivas que sólo llegan a su fin cuando ésta acaba. Y ni siquiera eso sabemos. ¿Seguiremos entonces buscando? Por si acaso, no dejemos que las dudas ensombrezcan lo poco que conocemos de esta travesía.
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