(Día 89)
La Paz.- Cuando los dedos del pianista empiezan a moverse, el silencio se hace eterno en la pequeña clase del conservatorio. Los niños siguen chupando sus caramelos, absortos en las notas que salen de las partituras, aprendidas desde hace meses.
Los estudios de Chopin suenan preciosos. Sólo alguna sirena de ambulancia distorsiona, a veces, la belleza de la melodía. No sé con cuál quedarme, sinceramente.
A la media parte, los chiquillos se van. La mayoría se quedaron dormidos, con sus caramelos suspendidos en sus labios, desafiando a la ley de la gravedad para no caer al suelo enmoquetado. Uno de ellos, con forma de labios, cede al final y queda pegado en la moqueta verde.
El pianista ofrece dos bises: el nocturno, también de Chopin, es espectacular.
Y, durante todo el concierto, un niño, de no más de diez años, sigue con su cuaderno de partituras todas y cada una de las notas tocadas, siguiendo el ritmo con sus pequeños dedos, y observando a través de sus gafas cada movimiento del artista.
Al final, le pide un autógrafo. Seguramente, nunca había soñado escuchar a Chopin de las manos y los dedos de un pianista extranjero, y con una belleza tan descomunal.
La Paz.- Cuando los dedos del pianista empiezan a moverse, el silencio se hace eterno en la pequeña clase del conservatorio. Los niños siguen chupando sus caramelos, absortos en las notas que salen de las partituras, aprendidas desde hace meses.
Los estudios de Chopin suenan preciosos. Sólo alguna sirena de ambulancia distorsiona, a veces, la belleza de la melodía. No sé con cuál quedarme, sinceramente.
A la media parte, los chiquillos se van. La mayoría se quedaron dormidos, con sus caramelos suspendidos en sus labios, desafiando a la ley de la gravedad para no caer al suelo enmoquetado. Uno de ellos, con forma de labios, cede al final y queda pegado en la moqueta verde.
El pianista ofrece dos bises: el nocturno, también de Chopin, es espectacular.
Y, durante todo el concierto, un niño, de no más de diez años, sigue con su cuaderno de partituras todas y cada una de las notas tocadas, siguiendo el ritmo con sus pequeños dedos, y observando a través de sus gafas cada movimiento del artista.
Al final, le pide un autógrafo. Seguramente, nunca había soñado escuchar a Chopin de las manos y los dedos de un pianista extranjero, y con una belleza tan descomunal.
Vehicle lunar - Antònia Font
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